cada vez más yerto y frío, va haciéndose impropio para sostener la vida: el fuego, refugiado en su interior, va apagándose poco á poco, y desaparece al fin, y entonces aquel mundo muere, se disgrega, y quizá se divide en millones y millones de fragmentos, que vagan por el espacio como pequeñísimas estrellas errantes, y acaban por caer sobre el astro que con más fuerza les atrae, en forma de bólidos ó aerolitos. Las lluvias de menudísimas estrellas
Aerolito.
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errantes que en ciertos períodos caen sobre la Tierra no son quizá sino escombros de mundos arruinados.
Para el Supremo Hacedor, la vida de un astro no es más larga que la vida de un hombre. Nosotros, que, semejantes á flores de un día, pasamos rápidamente sobre la Tierra, ayer niños, hoy hombres, mañana ancianos, recorriendo en un tiempo, que siempre nos parece muy breve, la distancia que separa la cuna del sepulcro, retrocedemos asustados ante las cifras de millones de siglos que abarca la vida de un astro; mas para Dios, que es infinito é inmortal, ese inmenso período es aún menos que para nosotros un fugaz segundo.
Aquí podría terminar mi conferencia; pero no