mento de tamaño del disco lunar se iría observando por momentos, y una hora antes de verificarse el choque la Luna ocuparía ya más de la sexta parte del cielo y eclipsaría la luz del Sol; de modo que si caía durante la mañana ó la tarde, el choque se verificaría en medio de las más densas tinieblas. En aquella sacudida formidable, la Luna, ochenta y una veces menos fuerte que nuestro globo, se haría pedazos; mas no por eso podríamos, cantar victoria, pues los mares de la tierra se vaciarían, precipitándose en gran parte sobre nuestro satélite; cambiaría el eje de rotación del mundo; el movimiento de traslación de nuestro planeta, ó se aceleraría, ó sufriría retraso, según la dirección del choque; en el primer caso, nos alejaríamos del Sol, y en el segundo nos aproximaríamos á él; y de todos modos, tan violenta sacudida elevaría la temperatura de la Tierra hasta ponerla candente como un ascua. Ya veis, pues, que aun resultando vencedores, sería bien poco agradable el choque con la Luna, pues no quedaría hombre que pudiese contar lo ocurrido.
Pero nuestra conferencia se ha prolongado hoy demasiado, y es tiempo de que hagamos punto final. Mirad durante un rato por última vez la extraña superficie de nuestro satélite, y retiraos á descansar con tranquilidad y confianza, pues el Supremo Hacedor ha calculado bien pus obras, y mantiene los mundos en sus órbitas sin que se altere la armonía con que ha establecido los movimientos de esas gigantescas esferas, que ante la grandeza del que todo lo puede son menos aún