—Sí; te has convertido en personaje misterioso.
—Veo que mi descubrimiento te interesa de veras.
—No mucho, mira; pero francamente, al oirte hablar de los colores de la música, temí lo que hay que temer, y ahí tienes la causa de mi insistencia.
—Gracias, quiero creerte, y me apresuro á asegurarte que no estoy loco. Tu duda lastima mi amor propio de inventor, pero somos demasiado amigos para no prometerte una venganza.
Mientras, habíamos atravesado un patio lleno de plantas. Pasamos bajo un zaguán, doblamos á la derecha, y Juan abriendo una puerta dijo:
—Entra; voy á pedir el café.
Era el cuarto habitual, con su escritorio, su ropero, su armario de libros, su catre de hierro. Noté que faltaba el piano. Juan volvía en ese momento.
—Y el piano?
—Está en la pieza inmediata. Ahora soy rico; tengo dos "salones".
—Qué opulencia!
Y esto nos endilgó en el asunto. Juan, que paladeaba con deleite su café, empezó tranquilamente: