peor. Iré esta noche. Y esa misma noche fui, aunque reconociendo en mi intento más curiosidad de lo que hubiese querido. Daban las nueve cuando llegué á la casa. La puerta estaba cerrada. Una sirvienta desconocida vino á abrirme. Pensé que sería mejor darme por amigo de confianza, y después de expresar las buenas noches con mi entonación más confidencial:
—Está Juan? pregunté.
—No, señor; ha salido.
—Volverá pronto?
—No ha dicho nada.
—Porque si volviera pronto, añadí insistiendo, le pediría permiso para esperarle en su cuarto. Soy su amigo intimo y tengo algo urgente que comunicarle.
—A veces no vuelve en toda la noche.
Esta evasiva me reveló que se trataba de una consigna, y decidí retirarme sin insistir. Volví el jueves, el viernes, con igual resultado. Juan no quería recibirme, y esto, francamente, me exasperaba. El sábado me tendría fuerte, vencería mi curiosidad, no iría. El sábado á las nueve de la no- che había dominado aquella puerilidad. Juan en persona me abrió.
— Perdona; sé que me has buscado; no estaba: tenía que salir todas las noches.