en su clavo y enredando entre sus dedos los cabellos del infiel.
El agá, loco de horror, huyó á lo alto de la cindadela. Los soldados acudieron, mas nadie se atrevió á tocar aquella formidable reliquia que mantenía invenciblemente agarrada la presa enemiga.
Abu-Djezzar yacía muerto al pie de la cruz, con la lengua apretada entre los dientes y tendidos los brazos que descuartizaba una convulsión.
Esa misma tarde el agá hizo arrojar por sobre las murallas el siniestro crucifijo, sin que la mano volviera á abrirse desde entonces. Y los cristianos de Jafa, sabederos del hecho por un prisionero de la ciudadela tomado pocos días después, condujeron en procesión aquel trofeo erigiendo un altar al caballero del blanco yelmo, que padeció muerte de cruz entre los infieles el 16 de junio del año 1099 de Cristo.
Ahora, en el convento de los franciscanos de Jafa, puede verse bajo una urna de cristal, clavada
en su trozo de madera y asiendo un puñado de
cabellos, todavía fresca como para consolar la décima séptima agonía dejerusalén, la mano blanca
de san Wilfrido de Hohenstein.