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LAS FUERZAS EXTRAÑAS

el horizonte en un momento de abstracción. Primero creí en una ilusión óptica causada por mi miopía. Tuve que esperar largo rato para ver caer otra chispa, pues la luz solar anegábalas bastante; pero el cobre ardía de tal modo, que se destacaban asimismo. Una rapidísima vírgula de fuego, y el golpecito en la tierra. Así, á largos intervalos.

Debo confesar que al comprobarlo, experimenté un vago terror. Exploré el cielo en una ansiosa ojeada. Persistía la limpidez. ¿De dónde venía aquel extraño granizo? Aquel cobre? Era cobre?...

Acababa de caer una chispa en mi terraza, á pocos pasos. Extendí la mano; era, á no caber duda, un gránulo de cobre que tardó mucho en enfriarse. Por fortuna la brisa se levantaba, inclinando aquella lluvia singular hacia el lado opuesto de mi terraza. Las chispas eran harto ralas, además. Podía creerse por momentos que aquello había ya cesado. No cesaba. Uno que otro, eso sí pero caían siempre los temibles gránulos.

En fin, aquello no había de impedirme almorzar, pues era el mediodía. Bajé al comedor atravesando el jardín, no sin cierto miedo de las chispas. Verdad es que el toldo, corrido para evitar el sol, me resguardaba...

... Me resguardaba? Alcé los ojos; pero un toldo tiene tantos poros, que nada pude descubrir.