hecho con Antonia, la sonámbula que nos sirvió para ensayar el electroide, me hallé en presencia de un hecho que llamó extraordinariamente mi atención. La sensitiva veía desprenderse de mi occipucio una llama amarilla, que ondulaba alargándose hasta treinta centímetros de altura. La persistencia con que la muchacha afirmaba este hecho, me llenó de asombro. No podía siquiera presumir una sugestión involuntaria, pues en este género de investigaciones empleo el método del doctor Luys, hipnotizando solamente las retinas para dejar libre la facultad racional.
El doctor se levantó de su asiento y empezó á pasearse por la habitación.
—Con el interés que se explica ante un fenómeno tan inesperado, ensayé al otro día una experiencia con cinco muchachos pagados al efecto. Antonia no vio en ninguno la misteriosa llama, aunque sí las aureolas ordinarias; mas cuál no sería mi sorpresa, al oírla exclamar en presencia del portero don Francisco, usted sabe, llamado por mí como último recurso: "El señor sí la tiene, clarita pero menos brillante". Cavilé dos días sobre aquel fenómeno: hasta que de pronto, por ese hábito de no desperdiciar detalle adquirido en semejantes estudios, me ocurrió una idea que, ligeramente ridicula primero, no tardó en volverse aceptable.