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YZUR

Habíame dormitado á su cabecera, vencido por el calor y la quietud del crepúsculo que empezaba! cuando sentí de pronto que me asían por la muñeca.

Desperté sobresaltado. El mono, con los ojos muy abiertos, se moría definitivamente aquella vez, y su expresión era tan humana, que me infundió horror; pero su mano, sus ojos, me atraían con tanta elocuencia hacia él, que hube de inclinarme inmediato á su rostro; y entonces, con su último suspiro, el último suspiro que coronaba y desvanecía á la vez mi esperanza, brotaron—estoy seguro—brotaron en un murmullo (¿cómo explicar el tono de una voz que ha permanecido sin hablar diez mil siglos!) estas palabras cuya humanidad reconciliaba las especies:

— AMO, AGUA. AMO, MI AMO...