No olvide usted que aquí se trata de una sugestión.
Mis labios rebosaban de objeciones; pero callé, por ver hasta dónde iba á llevarnos el desarrollo de tan singular teoría.
—La solanina y la daturina, prosiguió mi interlocutor, se aproximan mucho á los venenos cadavéricos—ptomaínas y leucomainas—que exhalan olores de jazmín y de rosa. Si la belladona y el estramonio me dan aquellos cuerpos, el olor está suministrado por el jazminero y por ese rosal cuyo perfume aumento, conforme á una observación de de Candolle, sembrando cebollas en sus cercanías. El cultivo de las rosas está ahora muy adelantado, pues los ingertos han hecho prodigios; en tiempo de Shakespeare se ingertó recién las primeras rosas en Inglaterra...
Aquel recuerdo que tendía á halagar visiblemente mis inclinaciones literarias, me conmovió.
—Permítame, dije, que admire de paso su memoria verdaderamente juvenil.
—Para extremar aún la influencia sobre mis flores, continuó él sonriendo vagamente, he mezclado á los narcóticos plantas cadavéricas. Algunos arura y orchis, una stapelia aquí y allá, pues sus olores y colores recuerdan los de la carne corrompida. Las violetas sobrexcitadas por su exci-