rado de mis pretensiones, por lo cual entablamos acto continuo la conversación sobre el tema que nos acercaba.
Quería sus flores como un padre, manifestando fanática adoración por ellas. Las hipótesis y datos consignados más arriba, fueron la introducción de nuestro diálogo; y como el hombre hallara en mí un conocedor, se encontró más á sus anchas.
Después de haberme expuesto sus teorías con rara precisión, me invitó á conocer sus violetas.
—He procurado, decía mientras íbamos, llevarlas á la producción del veneno que deben exhalar, por una evolución de su propia naturaleza; y aunque el resultado ha sido otro, él comporta una verdadera maravilla; sin contar con que no desespero de obtenerla exhalación mortífera Pero ya hemos llegado; véalas usted.
Estaban al extremo del jardín, en una especie de plazoleta rodeada de plantas extrañas. Entre las hojas habituales, sobresalían sus corolas que al pronto tomé por pensamientos, pues eran negras.
—Violetas negras! exclamé.
—Sí, pues; había que empezar por el color, para que la idea fúnebre se grabara mejor en ellas. El negro es, salvo alguna fantasía china, el color natural del luto, puesto que loes de la noche—vale decir de la tristeza, de la diminución vital y del