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LOS CABALLOS DE ABDERA

pos de animales ebrios aceleraban la obra de destrucción. Y por el lado del mar era imposible huir. Los caballos, conociendo la misión de las naves, cerraban el acceso del puerto.

Sólo la fortaleza permanecía incólume y empezábase á organizar en ella la resistencia. Por lo pronto se cubría de dardos á todo caballo que cruzaba por allí, y cuando caía cerca era arrastrado al interior como vitualla.

Entre los vecinos refugiados circulaban los más extraños rumores. El primer ataque no fué sino un saqueo. Derribadas las puertas, las manadas introducíanse en las habitaciones, atentas sólo á las colgaduras suntuosas con que intentaban revestirse, á las joyas y objetos brillantes. La oposición á sus designios fué lo que suscitó su furia.

Otros hablaban de monstruosos amores, de mujeres asaltadas y aplastadas en sus propios lechos con ímpetu bestial; y hasta se señalaba una noble doncella que sollozando narraba entre dos crisis su percance: el despertar en la alcoba á la media luz de la lámpara, rozados sus labios por la innoble geta de un potro negro que respingaba de placer el belfo enseñando su dentadura asquerosa; su grito de pavor ante aquella bestia convertida en fiera, con el resplandor humano y malévolo de