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LA METAMÚSICA

una trinchera de trompos que bailan conservando distancias proporcionales á su tamaño. Un trompo mayor, aunque animado de menor velocidad, intenta pasar; pero se produce un choque que lo obliga á volver sobre sí mismo.

—Y los otros, no retroceden también?

—Ese es el percance que el agua está encargada de prevenir.

—Muy bien; continúa.

—Reducida la onda luminosa, se encuentra al extremo del tubo con un disco de mercurio engarzado á aquél, cuyo disco la detiene en su marcha.

—Ah, el inevitable mercurio.

—Si, el mercurio. Cuando el profesor Lippmann lo empleó para corregir las interferencias de la onda luminosa en su descubrimiento de la fotografía de los colores, aproveché el dato: y el éxito no tardó en coronar mis previsiones. Así, pues, mi disco de mercurio contiene la onda en marcha por el tubo, y la refleja hacia arriba por medio de otro acodado. En este segundo tubo, hay dispuestos tres prismas infrangibies, que refuerzan la onda luminosa hasta el grado requerido para percibirla como sensación óptica. El número de prismas está determinado por tanteo, á ojo, y el último de ellos, cerrando el extremo del tubo, es el que ves sobresalir aquí. Tenemos, pues, suprimida la vibra-