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LA VUELTA DE MARTIN FIERRO

«Dios lo ampare al pobresito
Dijo en seguida un tercero,
Siempre robaba carneros,
En eso tenia destreza—
Enterraba las cabezas,
Y despues vendía los cueros»,

«Y que costumbre tenia
Cuando en el jogon estaba—
Con el mate se agarraba
Estando los piones juntos—
Yo tayo, decia, y apunto,
Y á ninguno convidaba»

«Si ensartaba algun asao,
Pobre! como si lo viese!
Poco antes de que estubiese,
Primero lo maldecia,
Luego despues lo escupia
Para que naides comiese».

«Quien le quitó esa costumbre
De escupir el asador,
Fué un mulato resertor
Que andaba de amigo suyo—
Un diablo, muy peliador
Que le llamaban barullo».

«Una noche que les hizo
Como estaba acostumbrao,
Se alzó el mulato enojao,
Y le gritó, «viejo indino,
«Yo te he de enseñar, cochino,
»A echar saliva al asao».

«Lo saltó por sobre el juego
Con el cuchillo en la mano;
¡La pucha el pardo liviano!
En la mesma atropellada
Le largó una puñalada
Que la quitó otro paisano».

Y ya caliente Barullo,
Quizo seguir la chacota,
Se le habia erizao la mota
Lo que empezó la reyerta:
El viejo ganó la puerta
Y apeló á las de gaviota»—

«De esa costumbre maldita
Dende entonces se curó,
A las casas no volvió
Se metió en un cicutal;
A allí escondido pasó
Esa noche sin cenar».

Esto hablaban los presentes—
Y yo que estaba á su lao
Al oir lo que he relatao,
Aunque él era un perdulario,
Dije entre mí «qué rosario
Le estan resando al finao».

Luego comenzó el alcalde
A registrar cuanto habia,
Sacando mil chucherias
Y guascas y trapos viejos,
Temeridá de trevejos
Que para nada servian-.

Salieron lazos, cabrestos,
Coyundas y maniadores—
Una punta de arriadores;
Cinchones, maneas, torzales,
Una porcion de bozales
Y un monton de tiradores—.

Habia riendas de domar,
Frenos y estribos quebraos;
Bolas, espuelas, recaos,
Unas pavas, unas ollas,
Y un gran manojo de argollas
De cinchas que habia cortao.

Salieron varios cencerros—
Alesnas, lonjas, cuchillos,
Unos cuantos coginillos,
Un alto de gergas viejas,
Muchas botas desparejas
Y una infinidá de anillos.

Habia tarros de sardinas,
Unos cueros de venao—
Unos ponchos augeriaos—
Y en tan tremeudo entrevero
Apareció hasta un tintero
Que se perdió en el Juzgao.

Decia el Alcalde muy serio
«Es poco cuanto se diga,
«Habia sido como hormiga,
«He de darle parte al Juez -
«Y que me venga despues
«Conque no se los persiga ».

Yo estaba medio azorao
De ver lo que sucedia—
Entre ellos mesmos decian
Que unas prendas eran suyas,
Pero á mi me parecia
Que esas eran aleluyas.

Y cuando ya no tubieron
Rincon donde registrar,
Cansaos de tanto huroniar
Y de trabajar de valde—
«Vamosnos, dijo el Alcalde
«Luego lo haré sepultar».

Y aunque mi padre no era
El dueño de ese hormiguero,
El allí muy cariñero
Me dijo con muy buen modo:
«Vos serás el heredero
«Y te harás cargo de todo».