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pero sólo a ella puede cantarse con tal amor.» El Azraki exclamó : «Oculta un nombre ese poema, pero proclama el de ella ; pues así, sólo a ella puede amarse.»

Y El Kais recordó una promesa : «te haré subir a mi palanquín, si tu kasida se cuelga en el templo.» Y El Azraki tembló pensando ; «ella me dijo : mi palanquín será tu morada, si se lleva tu poema a la Kaaba.»

El Kais sintió brillar en la poesía de El Azraki una pasión más bella, si no más ardiente que la suya ; y El Azraki vio surgir de la de El Kais, más hermoso el retrato de la amada. Ambos se consideraron. Eran igualmente altos y robustos ; sus yataganes se estremecieron al contacto de sus manos : si los dos resultaban igualmente hábiles, la lucha iba a ser prolongada y recia.

Después de una hora, se encontraron al pie de la muralla.

El Azraki exclamó : «Yo alabo en mis versos a Maima de la Meca.» El Kais replicó : «Lo sabía, pues es a ella a quien yo canto.»

El Azraki añadió : «Su camello se abatirá para que yo entre en su palanquín.» El Kais, tirando del yatagán, respondió : «No lo dudo, pero a mí también me ha hecho igual promesa.»

El Azraki imitó su movimiento : brillaron al