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del infierno ; no os anticipéis a comer besándola, pues padeceréis el martirio en la tierra ; sus besos son frutos de un árbol de muerte.»

El consejo del anciano no fué oído, y muchos leales amantes sufrieron por no poder aproximarse a su boca. La languidez de los ojos, adorada por nosotros los árabes, era en los suyos como un abismo. Atraía, ofreciendo en sus moribundos brillos los deseos de las almas que agonizaron entre sus desdenes.

A tres días de la Meca, en la feria de Oqazh, se efectuó en el mes de Dhulcada un concurso de kasidas. Los Qoraichitas hicieron, después del examen, grabar en oro dos poemas, y suspenderlos en los muros de la Kaaba.

Se supo entonces en la ciudad de Taif, que un poema de El Kais, su poeta, era elevado al honor de ^loallaka, es decir, al de kasida suspendido. Y la ciudad de Nakla supo que su poeta El Azraki había logrado igual recompensa.

Pusiéronse entonces muchas gentes en viaje, para leer en los caracteres del templo los poemas que honraban a sus ciudades. El Azraki y El Kais se trasladaron también de la Meca.

Apenas los dos poetas, que no se conocían, leyeron el uno la kasida del otro, quedaron pensativos entre sus admiradores.

El Eais se dijo : «Ese hombre no la nombra.