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«¡ Desdichado ! tú no amas a Alab como una fuente de poesía ; la amas con todas las potencias de tu ser ; la reina es incapaz de amar ; tu muerte es segura. Semíramis, soberana de mi país de Babilonia, se hizo célebre en el mundo por varias cosas, entre ellas, porque cambiaba de amantes todas las noches, y su más intenso placer era verlos matar después de hacerlos felices. Tu reina es como mi antigua reina, pero casta ; su voluptuosidad es del alma. Insaciable, inspira pasiones que no siente. La forma de tu amargura causará un nuevo gozo a su curiosidad, y ni siquiera matarás su hastío. Y debes saber que ella será, por gratitud, de quien eso consiga, aunque no lo ame.»

«No quiero amor — exclamó Ebn el Togras — si no es amor compartido.»

«El cielo — respondió el mago — se acerca en el bosque, a través de los árboles. Entre dos hojas se mira, a veces, al lado de un nido, temblar una estrella. Pregúntale al pájaro, que la ostenta cual nimbo, si puede beber gotas de su luz, y su canto responderá De mi altura se la ve siempre lejos. El amor es rama, y esta vez ¡ triste rama ! la veo temblar con las ráfagas del otoño, balanceando melancólicamente un ruiseñor muerto.»

Dos horas más tarde ; Ebn el Togras se pre-