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y es sudario de amor con que el río envuelve las cosas agonizantes. La noche se aventura en aquella región del sol y mezcla su sombra al velo. Así, en una calma de oración piadosa, se extiende un aliento que adormece el último resto del día. Las luces agujerean la gran masa obscura del Cairo y las estrellas se confunden con sus chispeos. Hay que partir. En el silencio siéntese al Nilo, siempre joven y armonioso, al curtir en sus entrañas la vida del oasis, y queriendo en su superficie enredar entre los juncos el reflejo palpitante de los astros.