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las colas del traje de las patricias, aparicientes como al conjuro de las imágenes del poeta. Detrás de las Cornaro, las Foscari, las Barberini, traen cortejos de músicos y pintores : Bianca Capello, Jerónima Franco, Lucía Imperia. Toman a Pierrot como a uno de los suyos, le ponen un laúd al cuello ; mas resuenan himnos desvaneciendo la fantasmagórica procesión de princesas y cortesanas.

Los sacerdotes de Amón cantan fórmulas del Libro de los Muertos :

«Soy de mi país, vengo de mi ciudad, destruyo el mal, aparto lo que no es bueno.»

Las estatuas del tribunal de Osiris brillan entre sus blancas vestiduras para inspirarles. Páranse un instante, quizás porque el cortejo veneciano se ha vuelto a formar y los detiene.

Pierrot, temeroso, dice al próximo Thonus : «Soy hijo de la Luna en el siglo xx ; Isis me ha prestado sus rayos y vivo de su vida ; dime, ¿qué pasa?»

El sacerdote responde apresurado, porque nuevamente se camina :

«Acaban los egiptólogos de descubrir en el museo Guiseh un crimen ; ¡ qué horror ! Una momia, contra la ley, tiene entrañas y en las visceras hay venenos. Es difícil encontrar al culpable, pues el homicidio se perpetró ha trein-