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sombra. Las aves habían desaparecido y las plegarias de los fieles no se oían : la tarde desvanecíase, apagando su belleza. El sacerdote apoyó la frente en el sepulcro, y el frío de los mármoles disipó el último vestigio de su fiebre. Entonces dio gracias a su Dios ; tendióse en la dirección de la Meca y oró largo rato. Después, dejando la capilla en la tiniebla, cruzó la nave techada y le sorprendió en la del patio la claridad de la noche. Las estrellas, en racimos, se abrían en el cielo y él las vio descendiendo a colgarse de las cadenas, en vez de las lámparas ausentes ; ¡ y era que su alma, rebosante de esperanza, saludaba con amor a la gloriosa ruina !...