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ves la fuente reflejando el cielo y hermoseando el árbol al contacto de una nube, medita en el genio del agua que hace vivir la luz en su transparencia. Si oyes sonar las trompas, los atabales y añafiles, ya se gima sobre un muerto, o se cante en una boda, ya se salude a un poeta o se circuncide a un niño, interroga cuáles son los genios impalpables y sonoros, rientes o meditabundos, con alas frotadas por tardes o por auroras, que mueven las notas, llenan los aires y hacen de tu alma el valle donde esas voces tienen ecos de llantos o de alegrías. Si, peregrinando en el desierto, sientes el horrible hastío de la monótona arena, y en el cielo se enciende de pronto un celaje, y te detienes y admiras, y el espíritu se te alegra, averigua cuál genio ha puesto en el vapor la forma, y en la forma el fuego. La vida se mueve entre las redes de nuestros hilos, nuestra voz insinúa la traición, difunde las hieles de la envidia, acrece los celos, presta los entusiasmos o los desfallecimientos, da a un alma la piedad, a otra el odio y desencadenando o disminuyendo las pasiones, anima todo el espectáculo humano. ¡ Ah, y cuan gran placer nos produce el verlo, semejante al sentido por el que recita el poema que ha creado ! Hasta los mismos santones y profetas pueden caer por nosotros en tentación :