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MUSEO ÁRABE

En el Museo Árabe se mira con placer una colección de lámparas de cristal, con dibujos de flores. En Francia y Alemania se imitan, sin sorprender el enigma de su encanto. Tienen una transparencia producida como por piedras preciosas invisibles. El topacio les presta, no su matiz definido, pero sí la luz de ese matiz, cual si la piedra pudiese evaporarse, transformando en espíritu su cuerpo. En esa volatización amarillenta se dibujan, se iluminan sutiles flores de zafiro, que no parecen estampadas, sino hechas por reflejos, convertidos en pétalos con movimientos de alas incorpóreas. Son los recuerdos de un matiz azul que, al pasar por el vidrio, sueña con flores de un ideal jardín. Cada una de ellas resulta sonrisa de la transparencia, y parece inmaterial como el perfume que da una rosa al sol que la besa. Los árabes actuales no saben ya hacer con el topacio y el zafiro esas fantasías de bombas más leves que flores, y de flores más leves que luces :