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losa, según el crepúsculo o el meridiano de sus orientes.

Vemos en tres vasos de cristal diamantes, esmeraldas y perlas negras. Pensamos en una célebre canción árabe.

Las lágrimas del enamorado son de un completo albor, porque llora ha tanto tiempo, que ellas se emblanquecen cual sus cabellos.

Después, las lágrimas son verdes, porque sus fuentes se han secado, y no es llanto, sino hiél, lo que corre de sus ojos.

Por último, las lágrimas son negras, pues no quedándole hiél al amante, se funden con el dolor sus pupilas mismas.

Y en la cueva de los cuentos, al influjo de la lámpara, esas lágrimas se transforman en diamantes, esmeraldas y perlas obscuras, y miran como con el recuerdo de los ojos humanos de que nacieran... La multitud nos envuelve y arrebata, y el mundo europeo, mezclado al del Cairo, anima con clarobscuros el cuadro. Y los trajes y las lenguas de aquél, como constante realidad de nuestro estado, hacen aquí, cual en parte alguna, más sensible la ilusión de que lo pintoresco es la representación de un sueño.