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numentos mezclan sus alminares y su explosión de cúpulas estriadas. Las rodean grandes descampados y surgen en la soledad, con el interés melancólico de las cosas declinantes. En algunos de sus muros, hay sebiles de que caen perennes hilos cristalinos. Las hijas del Cairo, con el odre sobre el hombro, se acercan en innumerables caravanas y forman grupos, y mezclan el murmuUo de sus palabras al estremecimiento del agua. Así, de aquellos califas — perseguidores de la gloria para adornar el amor — evocan el último sueño : la mujer y la fuente.