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Las tumbas son muy hondas, para que los cuerpos se levanten y oigan en pie a los ángeles Nekir y Múnkar. Estos los examinan la noche siguiente del entierro, desenredan sus almas y escriben sus acciones en los libros santos. Cada sepultura tiene una simple lápida, y la de los hombres, un turbante. Esculpido en mármol, cambia de formas, de tamaño y de color, según la categoría del difunto. Es copia exacta del que llevó el viviente. El turbante tiene su significación moral. Acompañando al hombre con una tela que da siete vueltas a la cabeza, equivalentes al largo de la mortaja, le recuerda siempre el último sueño. Y después, eso que fué en la existencia evocación de muerte, es en la muerte, alzándose esculpido sobre las losas, símbolo de resurrección y de vida.

Todos los cementerios turcos y árabes que hemos visto, encuadrados en las ciudades como jardines públicos, o en las afueras con el mismo carácter, atraen ; y hombres y mujeres, desde niños, jugueteando entre ellos, se familiarizan con la muerte. Lo mismo es este del Cairo. Algunas calles y muchos sepulcros aparecen cubiertos de viñas a modo de pabellones de verdura. Las lápidas funerarias tienen así en dibujos de oro, furtivos epitafios sin palabras, que caen entre el murmurio armonioso de los