binchas por espirales de alambre. Hay entre los grupos una atmósfera opresora, con la angustia de la desgracia ; pues para esta gente los decretos que vienen del gobierno casi desconocido, misterioso y temible, como la divinidad misma, implican, si mandan los hijos a otro lugar, un augurio de catástrofes o muerte... Nos llaman la atención, soldados ingleses que entran y salen de la caserna. Un drogmán nos dice : «Son ellos al fin los que hacen todo, muestren o no la mano, y el día que las obras de Assuán se concluyan, serán los exclusivos señores del Egipto. Comprendiendo que el Nilo es nuestra vida, se lo han adueñado. Con gran sentido práctico, recogerán en sus diques un enorme caudal en detrimento del nuestro, y cuando la creciente del río no baste, repartirán a sus plantaciones de algodón esas aguas, mientras perecerán las de los naturales. Es la miseria, es el hambre en perspectiva.» Vamos a responder, saludando a esa ingeniería evangélica, cuando una estentórea voz dice un nombre. Sigue la lista de los designados que no podrán salir ni a despedirse. Madres, hermanas y esposas, se cubren de cenizas y de tierra. Con el último nombre, estalla un lamento formidable y un aullido pavoroso. Luego, dispersándose el concurso, se divide en grupos. Los favorecidos
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