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cabalísticos. El canto de la flauta se complica, deja sus sobresaltos al compás de los nakarehs, y con los tabl'beledi se mezcla y armoniza en una monótona melopea.

Los derviches echan las cabezas sobre los hombros ; y las manos, agitándose, sugieren una agonía de náufragos, hasta quedar rígidas, como saliendo de la ola, mortaja del cuerpo muerto. Y giran ausentes entre ellos, sin tocarse, y son las ruedas de un engranaje que se combina, muévese y vive, dando las horas en el círculo del éxtasis. En las cabezas parecen conservar restos de conciencia para gozar de su devoción, y en sus manos, siempre rígidas, se pasma la voluntad. Pierden la noción de la vida real ; al fin, obedecen a un impulso, que les anonada la última vislumbre inteligente. Sus blancas túnicas, cuando la fuerza extraña que les mueve se acelera, cobran vuelos, y una especie de campana nota en torno de sus cuerpos. Estos se hacen más ligeros, y el ejercicio adquiere cierta natural elegancia, con la flotante vestidura en leves ondulaciones de vela juguetona. Al fin, llenos de serenidad, danzan casi dormidos. Semejan los surtidores de una fuente con reintegrantes movimientos de aguas, y así, no agotando la causa de su impulso, son capaces de moverse horas, y cual los cristalinos juegos,