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DERVICHES

Un coche, en carrera desenfrenada, nos lleva al convento de los derviches danzantes. En el salón hay una galería alta y otra baja de madera, y en el centro un círculo encerado. Con amplios mantos grises sobre túnicas blancas, aparecen los monjes. El jeque preside desde un tapiz recamado de oro. Al pasar le saludan todos los derviches ceremoniosamente ; después se sientan a la oriental sobre almadraques, y caen en oración profunda.

El jeque abre los brazos y en alta voz formula una plegaria. Desde el almimbar responde un lector, cantando en seguida varios suras. El coro de los monjes se alza rompiendo su meditación, y una flauta suena como un llamamiento lejano. En lo íntimo del ser de los penitentes parece desplegarse el genio de la inspiración, y se ponen en pie, obedeciendo al imperio de esa voz misteriosa. Salúdanse con profundas reverencias y giran luego con los brazos tendidos, mientras sus manos dibujan signos