Algunas estrellas se encienden. Los árabes echan sus mantos al suelo, y hacen la postrer oración de la jornada: mentalmente unimos nuestro saludo cristiano: Ave María. Otra vez en marcha. Nos embarga más que nunca la onda de una ya sentida emoción al mirar desde el lomo de un camello el nacimiento de los astros en el cielo de Oriente. Y esos astros, apareciendo lejos, nos hablan de la Europa, adonde hay que volver, y del África, que debemos dejar. En la sombra, a poco, se oye de nuevo al Nilo. Extraviados en la corriente, trae en sus brazos fluidos los contornos de la isla de Filoe, y nos acaricia una vez más con su voz armoniosa de belleza y misterio. Nosotros le decimos «adiós», con el melancólico placer de haber abrevado en sus aguas por un instante la sed del alma.
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FIN