dice el santo) ; y ese Escriba conoce los jeroglíficos, la descripción del universo y la geografía de Egipto. El Porta-Estola puede recitar los diez volúmenes concernientes a sacrificios, fiestas, ofrendas, ceremonias y plegarias. El Profeta cierra la marcha, y es el depositario y comentador de diez volúmenes sobre las leyes y los dioses. Pero es menester agregar aún los libros de medicina, de anatomía, de higiene, de las enfermedades, de lo dietético, que son del resorte de los pastóforos... Sin necesidad de comentario, el relato es ilustrativo.
Volvemos a admirar la parte pintoresca del paisaje. La isla y la costa, en el ensanchamiento del Nilo, ofrecen un vivo contraste. Los peñones aislados en el agua y los de las riberas abruptos, arden al sol como hornos, hostiles a todo encanto. La decoración tiene una tristeza violenta, inhospitalaria, convirtiendo sus agrios arrecifes en inabordable costa. Las almas, al acercarse, instruidas ya de las regiones infernales por los libros del Libro de los Muertos, debían sentir un estremecimiento ante aquella evocación. En cambio, Filoe parece proclamar la vida venciendo a la muerte, con sus templos, sus palmeras y trepadoras, que se miran en el agua acariciando con juveniles verduras las viejas piedras. Y no olvidemos que en el mito sa-