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abrasador. La terraza del Kiosko, edificado en tiempos de Augusto, es un asilo : allí hay sombra. Se ve en el fondo una montaña amarillenta, con calcáreos lienzos que el sol parece querer resecar hasta convertirlos en polvo. El templo de Isis, al destacarse, se confunde a la perspectiva con igual matiz, como si fuese un sueño de la imaginación del genio de los montes. Al otro lado domina también una cadena, más alejada, sin un solo árbol, pálida, en el fulgor caldeante de sus contornos, sobre el ardiente azul. El Kiosko no fué acabado en los detalles de su ornamentación, pero dibújase lleno de gracia en su conjunto. En el cuadrado que lo constituye, las columnas salen a cierta altura de los frisos, y tienen capiteles de hojas sin ser corintios, y después un largo cubo escapa como el cáliz de una corola, donde se asienta el arquitrabe. Allí faltan las cariátides de la especie hatórica, tal como se ven en la misma isla en el pórtico de Nectanebo. El techo no era en realidad sino un velarlo, y hoy el azul se mezcla encantadoramente a la construcción, como ideado por los arquitectos y cedido por el cielo. Varias palmeras tocan con sus flexibles elegantes ramas la casi sonriente gracia aérea de la piedra, y el Nilo la refleja, queriendo compartir con el aire la hermosura del Kiosko.