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ELEFANTINA

Recorremos cerca de Assuán las canteras de granito. Dioses y faraones salieron de estos informes bloques, estremecidos por el soplo religioso de fuerza creadora. Aun brilla al sol un obelisco sin inscripciones, amarrado a la inmensa masa, último vestigio de manos poderosas, evaporadas como sombras tras el cortejo huyente de las divinidades.

Al pie de las pétreas montañas surge un cementerio árabe, considerado por los hijos de Mahoma como el más viejo del mundo. Son montículos alineados que no alcanzan a tomar los contornos de sarcófagos. Aparecen cubiertos de fina arena, que el viento lleva, trae y renueva, formando una capa evocadora del otro polvo inanimado que encierran. En medio de los sepulcros, se alzan las viviendas de una tribu de bicharins. Los vemos con su luengo pelo ensortijado, lleno de anillos de cobre y horquillas de marfil, en tirabuzones flotantes y en redecillas trenzadas, que envuelven cada cabeza co-