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revelarse a la luz de las antorchas y adornar las entrañas de la tierra, como exótica flor de palacio que exhalase perfumes de templo.

Dejamos los hipogeos reales y subimos a la cumbre del valle. Las bocas de los sepulcros se dibujan como una línea de cavernas. En la otra pendiente, al pie del monte cortado a pico, el precipicio profundo atrae. El sol arde en los aires, reverbera en las cosas, y el Nilo surge. Para descender, hay que buscar la cuesta difícil, erizada por guijarros, sobre fina arena calcárea, hiriente con su blancura. El llano, a lo lejos, brinda aterciopelado verde reparador ; pero los ojos, cual aves que no llegan a la sombra, parecen en el camino plegar las alas abrasadas y exhaustas.

Al pie encontramos el templo de Zoserzosru, cuyo nombre significa el más espléndido de todos. La reina Hatshepsitu fundólo, a principios del Nuevo Imperio, para los Dobles de su padre y de su esposo. El cristianismo lo convirtió en iglesia y en convento, raspando la mayor parte de los bajos relieves en que figura la reina. El templo, como construcción, reviste gran importancia. Sus columnas son hatoricas geométricas, lo que recuerda el orden dórico, apartándose completamente de la palmera coronada por el loto, característica de la mejor arquitectura