cuellos cadenas de oro, y el milayéh que oculta el rostro, deja a veces ver sobre el pecho, al palpitar con el aire, fulgores amortecidos de esmeraldas y diamantes. Las manos, cargadas de anillos, se disimulan, al levantar y ceñir los m.antos que les quitan la esbeltez de las formas. De toda su persona sólo se ve un círculo libre, sobre la nariz, hasta mitad de la frente. Por eso el kolh convierte hábilmente los ojos, en las flores brillantes, misteriosas y raras, de aquella única ventana sin celosía... Pasan despertando una gran curiosidad y dejan casi un sentimiento melancólico. Siguen por un corredor, suben por una escalera : los eunucos se dan vuelta para cerciorarse de si alguien los sigue. La precaución es inútil... et méme vexante. Así dice un francés, con tal aire de convicción, que estallamos en una carcajada.
Los criados pululan en tanto, repartiendo cigarrillos perfumados y agua con azahar. En un salón vecino de la tienda improvisada, se verifica el festín. Los convidados aparecen tendidos en cómodos divanes. Desfilan bandejas de cobre llenas de platos de porcelana con porciones respetables de guisos de aves. Basta observar un instante para comprender que aquéllas son unas Bodas de Camacho, aunque el buen don Alonso las hubiese desdeñado por no sen-