admirar la grandeza de los atrevidos arquitectos. Sobre ellas se tienden arquitrabes y todas las piedras van siendo incrustadas a fuerza de incesante tesón. Maspero nos explica cómo tienen inscripciones en diversas caras, de modo que es ímproba tarea colocarlas bien, para que sigan cronológicamente relatando historia y leyenda. Los capiteles, en tanto, evocan con sus formas de lotos el alma humana. Son enormes y pueden contener en su perímetro a cincuenta personas, y aun asimismo, con cierta agilidad, parecen coronar los fustes. Los egipcios, al ver los lotos en los estanques del Nilo, cual los indios en los del Ganges, debieron sentir abrirse en su imaginación la idea del símbolo : como vive la flor, escapándose del limo cenagoso para mirar el cielo, así el alma, librándose de la materia, refleja la luz, perfumándola con su pensamiento... En lo alto, sobre las columnas, esos capiteles, recordando las hermosuras de los ríos, figuraban a los hombres, y combinándose por el plafón a las estrellas y signos del Zodíaco, convertían el templo en imagen viva del universo. Así, al pasar el dios, se identificaba del todo con el sol. Los capiteles son de dos clases. Y viéndolos, imaginamos a los abiertos sosteniendo triunfales la masa de los techos, y a los cerrados con su botón campanuloso, de-
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