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pero conservando el recuerdo inconsciente y a cada rato estallante de la gentileza de su viejo espíritu civilizado. El «cher maître» de París se ve en el caso de saludar a menudo, convertido en faraón amable que pasa con su camisa de trabajo, y lleva, en vez de pschent de oro, sombrero de hule y viseras verdes. Y es, en realidad, el mago de los misterios egipcios : la población actual vive del descubrimiento de las ruinas ; los Ramesidas y los Amenhotpus aun reinan sobre su tierra. Se puede, ante aquella actividad, volver a creer en las resurrecciones, como hace un instante. Las ruinas no parecen despojos de las antiguas grandezas, fantasmas de otros siglos ; son cuerpos reales en expansión, y la ciencia penetra los secretos de su desenvolvimiento, como con la voz de Ezequiel, que infundió a los huesos dispersos el espíritu de la armoniosa vida. Y se alzarán los palacios, cansados de ser, caídos, las eternas sombras dejadas sobre el Egipto por la gloria de los faraones. Y los santuarios, en su integral esplendor, tornarán a perfilarse sobre el cielo, dando la sensación de que si Ea, Mut, Khonsu pasaron, no se ha extinguido la necesidad de creer, de que si hay dioses que son anacronismos, la forma de todo templo es un hogar del alma... Maspero nos explica cómo desde allí partían,