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vasta extensión, donde las ruinas de otros templos alternan con las de los palacios y casas de la antigua Tebas. Vemos el pilón gigantesco de Harembad y franqueamos el lago de las ceremonias complementarias, en que la barca del diop cruzaba simbólicamente el Nilo celeste. Aparece la enorme muralla del segundo recinto, y adentro, entre un pueblo de colosos caídos, columnas volcadas y en pie nos cortan el horizonte. Allí bulle, palpita y trabaja una multitud ¿jue escrudiña el suelo, y van y vienen legiones de muchachos, con canastos vacíos y rebosan- tes de tierra. Es admirable la natural soltura y elegancia de sus flexibles cuerpos. Al divisar a Maspero, se oyen voces que cantan : naharak Said (feliz día), acompañándose con las manos en un acompasado repiqueteo, sin que el canasto se les mueva en la cabeza. Y los coros se propagan de grupo en grupo ; y después de un instante, entre el chirrido de la« zorras sobre los railes, y el sonar de miles de aplausos, el saludo, conmueve a todas las ruinas. Los terrenos desmontados, ardientes al sol, con su tierra obscura, hacen resaltar los turbantes que se agitan en los golpes de los picos. Por todas partes reina un movimiento continuo de hormigueros en ebullición. Y avanzamos, entre las manifestaciones de esta raza árabe caída en el salvajismo,