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admirable distinción. Su sonrisa crepuscular no se abre plenamente ; puede anunciar lo mismo la noche o el alba. Después sufre transformaciones. Parece existir contra su voluntad, deseando apagarse y cobrar el reposo de una nada absoluta. Es la sonrisa más o menos esfumada, más o menos fuerte, de otros dioses y faraones de piedra. Sonrisas que se despiertan hace cuatro mil años, y que, con un esfuerzo, sacuden, para existir, la sombra de los siglos muertos. Y esta estatua, como refundiéndolas a todas en la real belleza de la suya, con la fatiga de sentir la obligada expresión, ha concluido por darle dolorosa dulzura.

Al partir, nos volvemos para mirarla una vez más. Es tan simpática, suave y atrayente ; tiene en el rostro la animación de una tan dulce alma ; es tan cabal expresión de un dios que conoce la paz y las angustias, teniendo en su naturaleza divina, piedad para su naturaleza humana, que cuesta dejarla con la certidumbre de no volver a verla. Debió de ser esculpida por un hombre que supo del dolor y de la misericordia. Por un instante, el bello Khonsu se nos antoja un viejo amigo y somos sus contemporáneos ; y en esta sensación se siente una fuerza inmensa, dilatadora de la vida hasta convertirla en inmortal, ligando así a los hombres