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Llegamos a una primera muralla alzada en torno de los templos de Kamsés III y de la diosa Mut. En el Lago Sagrado no queda ni el recuerdo del agua. Menos efímeros, los ladrillos y los mármoles se levantan aquí, caen allá ; pero el plan de los edificios se ha perdido, y sus ruinas sólo interesan por lo que añaden al conjunto imponente.

Por una avenida de esfinges se llega al portal de Ervegeto, y es inmenso con su forma de paralelogramo en la abertura, cubierto por una pirámide trunca, de caras de violenta inclinación. En lo alto el disco de Ra refleja el sol de la mañana, y cubre con sus alas al fundador, que sacrifica a los dioses, después de señalar sobre la tierra el perímetro de las construcciones.

Entramos al templo de Osiris y de su madre Apet. Es casi una capilla con el carácter de tumba. Como el cuerpo del dios fué dividido, hay en todas las grandes ciudades templos que pretendieron tener la sagrada reliquia de un fragmento. En el de Khonsu, vecino del anterior, puede estudiarse la parte que correspondía a nuestros atrios. Las columnas se yerguen, las galerías presentan perspectivas, el cielo resplandece. Allí, con los vendedores, estaban los sacerdotes, prontos para las consultas de los fie-