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da y llena de luna y de vaporosos celajes, que excitan con sus juegos el ardor de mis alas, adoro a Stambul, a Scútari y a Pera, ceñidas por el Cuerno de Oro y por la diadema del Bosforo, sobre el marco azul de Mármara. El grito de los muezines señálame, antes que el sol, la primera correría rejuvenecedora de mi vieja sangre ; por eso descanso aquí sobre el alminar y respeto sus palomas, hermanas de mis amigas, las que alegran los santos cipreses de la ciudad que evoco. »

La cuarta habla también : «Hija del Egipto, descendiente de abuelos nacidos en tierra faraónica, el espectáculo de las ruinas es mi gozo y mi fuerza. Luxor, Karnac, Der-el-Bari, Cor-Ombos, templos cuyo cadáver vale más que un viviente palacio, ofrécenme los brazos de un coloso, a cuyo amparo no hay viento que turbe mi sueño. Hoy cruzaré el Nilo de sagradas y azules aguas, no turbias como las que brindan el Escalda o el Iliso, y dormiré cerca de Memnón, cuya voz, muda para los hombres, aun canta para mí en el alba. Mi destierro verdadero es la Europa, y en ella me es indiferente un alminar o un campanario.»

Las cigüeñas salúdanse con gravedad, y luego se separan con gran rumor de alas. Penetran respectivamente en la capilla de los monjes cris-