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LAS CIGÜEÑAS DE LUXOR

Desde el Nilo se domina el vasto conjunto de la ruina extraordinaria. Obeliscos, pilones, columnas, colosos, dibújanse con solemnidad en la tranquila atmósfera luminosa. El río, sabiendo que es hoy más bello porque un día fué sagrado, avanza hacia el templo y le ofrece, con su eterna juventud, el único espejo digno de su majestad vetusta. Hace cuarenta siglos que la masa caudalosa se lleva, corriendo al mar, en el esplendor azul de sus murmurios, las pesadas piedras, convertidas en leves sombras. Por eso, mirando esas quiméricas, temblorosas imágenes, se siente una angustia imposible de definir, al no poder fijar el pensamiento que flota entre varias sensaciones, inquietas como las aguas y los reflejos. Entrando directamente por los pilones, se desemboca en el patio de Eamsés II. Desde él se ve surgir el obelisco, y más arriba el alminar de la mezquita El-Hag-gag, edificada sobre una parte del templo enterrado. Saliendo de las entrañas de ese monte de tierra, avanza una triple fila de columnas, hechas por