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que encierra toda la ciencia, pero a quien la misma intensidad del pensamiento le ahoga la palabra. Divinízase, y sobre su cuerpo de piedra se libra una batalla de sombras. Se las ve transparentes llenar los espacios, y pasan por sobre las Pirámides y pueblan el desierto, y quieren, con lo que saben ya, animar la voz de la estatua y concluir en el alma del hombre con la duda devorante que las laceró en la tierra. Y la Esfinge no siente siquiera ese silencioso tumulto de las aspiraciones de la Muerte, pensando en la Vida ; y surge siempre inalterable, poderosa y muda, como el Misterio mismo.

Es menester despertar al guía y retirarse. La noche tranquila avanza ; el cielo tiene más estrellas ; la luna fulge impasible ; sólo nuestro espíritu se siente como infinito mar turbado. Pasan en enjambre las pasiones, las angustias, los dolores del rudo batallar de los hombres ; y ensueños y filosofías, anhelos y esperanzas de arte, conquistas de la ciencia, luchas sociales, todo parece lejano y sin sentido. No hay más ruta que el arenal y una estatua mirando un oasis perdido en vagarosas lejanías. Con emoción grave y profunda, se dice adiós a la enigmática, hasta que Psiquis libre, más triunfante que Edipo rey, pueda rozar con alas de luz las alas de piedra de su aureola. Y entonces, al in-