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cuerpo desmesurado crece hacia atrás, en gruta que finge la ondulación de un médano. El fabuloso bloque se humaniza. La luna resplandece en él como en un escudo calcáreo, convirtiendo en fulgor lácteo su ópalo casi áureo. La cabeza, de tinieblas que se petrifican soñando, esclareciéndose, atrae. Las alas del nimbo parecen abatirse, porque ya no necesita de su vuelo para perforar con ideas el espacio. De su barba, se desprende una sombra que le cae sobre el pecho. Y sus ojos maravillosos se abren, se dilatan sobre sus labios, cuya sonrisa estremece a la luz misma que los baña.

La Esfinge revela así todo su espíritu ; y ese espíritu, saliendo al rostro, la esculpe con un transporte último y supremo. Entonces fascina con el misterio de su doble encarnación : y el principio y el fin de las cosas, realmente se tocan y se confunden en sus miembros.

Se pierde la noción de la realidad, y los hombres acostados a sus pies entre los camellos se antojan viajantes de los cuatro vientos del horizonte. Cansados de pedirle inútilmente su secreto, se han dormido esperando que, en el sueño, algún prodigio de los que conmovían a Heliópolis o a Filoe, se lleve el velo de la invisible Isis. La Esfinge sigue agigantándose : sus sensaciones se aguzan ; es una visión sobrenatural