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convertirse en febril angustia. La enfermiza imaginación se revuelve en el fondo de un abismo ; pero el alma, a su vez, se eleva con el astro, y se hace oración ferviente, y hallando fuerza en su propia melancolía, se engrandece y se dignifica, cual si con los anhelos del viejo Egipto dejase su cuerpo, convertida en alado resplandor.

En el claro de luna se multiplican los aspectos de la noche. Cada hombre, cada camello y la Esfinge, encuentran sobre la arena su sombra. Una voz dice : «Fuente de fecundidad te llamó la aurora, y los campos te invocaron ante el horror de la visión del desierto. Ea y Horo encarnaban en tu piedra , lo que es torrente centelleante en el espacio, y único rayo huésped del Santo de los Santos en el templo, y latido de amor en las entrañas de la tierra. Por ti resonaban los viejos himnos, proclamando que el trigo vale más que las piedras preciosas. Pero hoy eres también el altar de la luna que es el sol del alma en la noche desolada ; pues el astro nocturno hace del germen melancólico en el espíritu, flor de tristeza, como el sol hace de la mies espiga de oro...»

Y sigue subiendo la luna, animándose con la plegaria del viajero, tal como ante los ojos del sacerdote de Menfis, o de la infortunada Nite-