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los hombres, hoy como cuando era Hapi, atodas las cosas buenas, dulces y puras», que se imagina que Tales de Mileto, mirándole, reconoció el agua como primer principio de la vida. Y es tal la transparencia del ambiente en aquella región, con la onda tibia de su ligera caricia, que se piensa que Anaxímenes debió de encontrar allí ese mismo principio en el aire. Los Mokatam, con su púrpura, recuerdan la revelación del alma, hallada por Heráclito en el fuego ; y así el Nilo, con su cielo y con sus montes, en la calma majestuosa del paisaje, evoca un soplo que pone en el Egipto una armonía encantadora del espíritu griego. Y el día, fatigado de su propio esplendor, contento de su propia hermosura, va extinguiéndose sobre la cuna de la más vieja civilización, como si — más que en otras partes — hubiese sido juvenil y divino. En la loma empieza el desierto y estamos como en el fondo de un mar seco. Las arenas amarillentas en el reflejo de la tarde ondulan sobre las rocas que a un lado se yerguen. Allí toda vegetación está substituida por un escuálido camello, cuya silueta, con su aire de somnolencia, es como encarnación del monótono hastío del arenal. Al otro lado aparecen restos de sepulturas, y los fragmentos del templo, y la magnificencia decaída de las Pirámides, que con su