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MENFIS Y SAKARA

El viajero que, con los recuerdos de Moisés y de Platón, desee ver los despojos del Santuario de Heliópolis, tendrá que ir a buscarlos a Roma y a Alejandría. Sobre la Ciudad del Sol, la alfalfa extiende un sembrado cubierto de acacias. El sobreviviente obelisco de Usirtasen I se hunde en un estanque pútrido. Los extranjeros, a pedido de los muchachos del lugar, tiran allí cobres ; ellos se precipitan a sacarlos, y entre el croar de las ranas, sale el hedor del Eigua removida. He ahí todo. A eso se reduce la que, sin ser capital política de Egipto, lo fué de su religión y de su alma.

En Menfis, idéntica cosa. No podrían los trenos de Jeremías decir como de Sión : los caminos están enlutados porque ya no hay quien vaya a sus solemnidades, destruidas están sus puertas, gimiendo sus sacerdotes, llenas de tristeza sus vírgenes y ella oprimida de amargura. Nada existe. No hay templos ni palacios