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para extinguir a los renuevos del árbol de amargura. Y vemos envejecer a la tribu, donde la infancia no pone más su contento, y la sentimos morir en el paisaje, que le presta una armonía con sus grises implacables... Después, los ancianos, al llegar al oasis, se agitan como las palmeras, y con el paisaje en los ojos sienten en el alma la explosión de sus matices. Lloran ante la hermosura, en compañía de las mujeres estériles. Se estremecen entre los pájaros y las mariposas, que ocultan sus amores en los nidos, o los pasean con sus alas. Mueren desesperados, mientras las flores y las fuentes se ríen de sus filosofías, hasta que en los últimos renace la esperanza, como el preludio de un canto. Hay quienes lograron concebir en la tribu, y el hombre y la mujer, sin extinguirse, se amarán de nuevo, cual las plantas y las aves, entre el rumor de las aguas y la mirada del cielo.