Y se creería en flores cubiertas de nieve, si el aire no nos llegase al balcón, como con la tibieza de un baño o con acariciantes dedos fluidos. Las aguas, en los estanques, reflejan los ramajes y los confunden al cielo, no contentos con que tanto juvenil color brille sólo en la tierra. Llegan los perfumes de las hierbas mojadas, y de las rosas abiertas, e impresiona entonces el inmóvil silencio de la legión de los muertos, que no se estremece con el aire, y no sonríe al beso que pasa entre sus giros. Desde lo alto del castillo, con esa impresión, miramos dilatarse este país de contrastes. Sentimos en los camellos que pasan cargados la vida de los fellahs y en los coches la vida de las ciudades. A nuestros pies están los cadáveres extraídos de las entrañas de la tierra, donde aun vive un pueblo, en mastabas, pirámides, hipogeos, engendrando leyendas sobre bases de realidad , con una existencia espectral y alucinante. Y sobre aspectos, y cosas, y momias, y seres, el oasis tiende sus datileras cargadas de frutos, y sus aires perfumados ; y el desierto su sábana amarillenta, con la esterilidad absoluta de la nada. Y evocamos en una visión a los hombres, perdidos entre los médanos, con su carga de dolores, abrumados por las faenas e inquietos con sus ensueños, separándose de las mujeres
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