decilla azul , sembrada de estrellas de oro, como la que cubrió la cabeza de Isis, al transformarse en el mito y seguir a Osiris en los espacios. Una joven de la época romana, atrae, pintada en la cubierta de un sarcófago. Su rostro surge entre cabujones. Un pelo renegrido se aplasta sobre su frente, y los ojos expresivos miran y persiguen. El sol la baña con rayos y corpúsculos palpitantes que le forman una aureola. Es un retrato maestro, de artista desconocido, encontrado en las excavaciones de Fayún. En la gran sala de príncipes y sacerdotes de Amón, vemos la fisonomía mejor conservada del museo. La de Thumosis I, fina y maliciosa, donde el embalsamamiento parece haber petrificado el recuerdo del espíritu ausente, en el duermevela de una sonrisa. Prosiguen en desfiles interminables, como saliendo de las tumbas, las multitudes, ya en pie o acostadas, ya envueltas en cintas o en simples sudarios. Y ondulan éstos, de fineza inconsútil, entre las vidrieras y en los sarcófagos, con nubes de muselinas ideales, tejidas por maravillosas fúnebres arañas. Las pelucas de ceremonia y los trajes vistosos, a largas rayas de colores, aparecen cerca de las canopas de madera y alabastro. Los viejos egipcios empiezan a obseder. Hay un aliento de resurrección ; se está en presencia de espectros,
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