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se dibuja cargada de pensamiento. En todo ese rostro se adivina una voluntad pujante. La historia del faraón, que desfila animada, de pronto se borra. El sagrado y augusto silencio de la momia le forma una atmósfera sensible, que inmoviliza con una solemnidad hierática. Se siente hasta el temor de pensar, como si para turbarlo bastasen las ideas. Más que la vida del rey interesa su muerte, cuando dice : conozco el secreto de la Esfinge, y sé todo su misterio desde hace treinta y cinco siglos ; por eso mi mutismo es más profundo.

Amenhotpu I conserva aún su máscara y todo el cuerpo está encerrado en las cintas, de modo que ella se destaca con sus ojos negros, bajo cejas pintadas. El klaft le cubre la cabellera, y en él se dibuja el áspid real, con ojos de turquesa y escamas de lapislázuli. Entre otras momias reales, sobresale la fisonomía de rasgos delicados y casi sonrisa espiritual de Setos I. Custodiándola, se yergue la estatua de Menkeure, que con la mirada en lo infinito, transparenta la luz, surgiendo en su calcáreo como un dios de alabastro. Y sala por sala rememora las antiguas dinastías. El museo está clasificado y la historia se desarrolla cronológicamente, desde Menes hasta Nectanebo, desde Nitocris la bella de las mejillas de rosa, hasta