fiaba el tumulto interior de sus ambiciones, despiertas ya como el día, que empieza con sol. Ahora, en su evocación, escucha el frenesí del puente de Arcóle, los cañones de Bívoli, los gritos victoriosos de Lido y la armonía triunfal con que repercute una especie de verso épico italiano : Mondovi, Montenotte, Millésimo y Dego. El general se pasea de nuevo, febrilmente. ¡ Las águilas ! ¡ las pirámides ! El será más que Alejandro y que su imperio de Oriente ; y eclipsará a Koma, heredándole con esas aves su tradición, para convertirla en el fuego del volcán de su raza. La Francia ceñirá en su corona, desde el loto de las Indias, no conocido por César, hasta las nieves de la Rusia. La ba- talla que se prepara es, en realidad, la primer viril carga contra Inglaterra, la isla de hulla y de hierro, el obstáculo ya adivinado por su ambición y su genio. . . Los rumores del campamento se acentúan. ¡ Las águilas ! i las pirámides ! Sesostris el Grande, Cleopatra la hermosa, Cambises el bárbaro, y sacerdotes y poetas conocieron sus inspiraciones como Alejandro y César. Y allí están las sombras recibiendo a Aníbal, que trae a Carlomagno entre un rumor de escudos y de espadas, que mueve el viento de las viejas encinas, estremecido por el acento épico de la nueva Francia... El agudo fie-
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